En los primeros días de agosto 2011, que inicié el módulo
“Periodismo de Interpretación”, no tenía idea de su contenido, algo sugería el
título. Luego de las primeras dos
sesiones, comprendí muy bien el significado y creo que mejor habría sido
llamarlo “cómo escribir una buena historia” (crónica).
Esteban Michelena, el profesor y
guía en este módulo, nos propuso el tema de “Crónicas de Viajes”. Nos presentó
a un verdadero maestro de la narrativa en este enfoque: Pablo Cuvi. Sociólogo y
escritor durante muchos años de crónicas de viajes, en la Revista Diners. Buen
activista político en su juventud, ahora también escribe artículos de opinión
en el Diario EL COMERCIO, de Quito. También ha escrito dos libros “En los ojos
de mi gente”, y “El tigre de la González Suárez”, interesantes obras narrativas
de la realidad ecuatoriana.
Cuvi, en amena charla con el grupo
de compañeros, nos narró sus inicios como autor de crónicas, con un nuevo y
diferente enfoque a las tradicionales existentes, que relataban lo ya muy
conocido y descrito: playas conocidas, fiestas conocidas, lugares cien veces
descritos. Soy de una nueva generación en aquel tiempo, afirma. A partir de los
años 70, el Ecuador se transforma. El petróleo, los hippies, una nueva clase
media, una nueva forma de política, una nueva forma de vida… -relata-.
Yo tenía un nuevo feeling, empecé
a escribir en primera persona lo que sentía mi generación, -afirma-. Quería
relatar no solo paisaje, quería contar lo que sentía y pensaba en los viajes.
Quería dar mas detalles, narrar
cosas interesantes, describiendo la crónica con un enfoque de todo el
escenario. Empecé a narrar en
tiempo presente, y a involucrarme como parte de la realidad, mis crónicas
trataron de presentar un mundo novedoso, a un nuevo público, esa nueva clase
media, -menciona-.
La sociología me formó, la
literatura me enseño cómo escribir, miraba y en mi mente iba construyendo de
manera clara lo que quería narrar, - nos cuenta-, he visto y he sido parte de
las transformaciones sociales culturales y polacas que ha vivido mi generación.
Soy testigo de cambios impresionantes: el viagra, y el Internet, son sucesos fantásticos… Siempre he buscado
lo novedoso, lo incesante para mis relatos. Cuanto mas mal me ha ido en los
viajes, he tenido las mejores historias, -nos cuenta-.
¿Dónde está lo novedoso, para
hacer buenas crónicas?, se pregunta. Y nos aconseja: siempre traten de ver los
hechos con un nuevo enfoque. Que su visión personal sea diferente, no solo
desde la visión del periodista, que informa. Sino desde la del narrador que
encanta a su audiencia.
Interesantes puntos de vista que
nos servirán para estudiar un
ejemplo de sus crónicas.
Con esa crónica de ejemplo, analizaremos: la arquitectura de
su construcción, y comentaremos su estilo.
¡PURA VIDA! (Y CASI MUERTE) EN
COSTA RICA: Por: PABLO CUVI
¿Dónde nos quedamos el mes pasado?...Ya: en una sala de cine de San
José, mirando bailar mujeres en Danzón , y a la expectativa de que mi amigo
tico Ludwig renovara su licencia. Pues bien, en la primera mañana de este
reportaje, Ludwig llega feliz con su licencia a Walker Rent a car y en un dos por
tres salimos a bordo de un Daihatsu Cuore flamante rumbo al norte de Costa
Rica, este pequeño país de 51.000 km. cuadrados y 2'750.000 habitantes, que
sobresale entre sus vecinos por su estabilidad política (por algo no tiene
ejército), su nivel de vida y sus parques naturales, entre otras gracias que
vamos a ver, empezando por las famosas y coloridas carretas de Sarchí.
"Aquí no hay el folklore de Guatemala o El Salvador --dice Ludwig
conduciendo por la Interamericana-- nuestro principal folklore es político,
nuestra identidad se basa en valores como la democracia, la paz, la
estabilidad. Es triste, pero muchos ticos se sienten orgullosos de que no haya
indios. Los pocos que quedan están confinados."
Vamos por la zona industrial de Uruca, donde hay textiles, metalmecánica
y la escuela Antonio José de Sucre. Al borde del camino venden árboles de
navidad, papayas y el chayote, esa verdura cucurbitácea en forma de pera que
exportan al norte. Detrás se alzan los montes que cercan al valle central,
hasta el volcán Poás, cuyo cráter de 1.6 km. de diámetro es el cráter activo
más grande del mundo. Corremos entre cafetales, por supuesto, pero también
tabaco y maíz y crotos a la entrada de las típicas casitas de madera con techo
de zinc. Las torres color marrón de la iglesia de Grecia se alzan contra el
despejado cielo del verano. Contadas curvas después hemos llegado a Sarchí,
como lo demuestran las carretas de bueyes exhibidas en los portales de las
numerosas tiendas turísticas.
"Mi abuelo Chaverri, de los vascos malcriados, tuvo la idea de
pintar las carretas que servían para jalar la caña en los ingenios -dice pincel
en mano Fernando Alpízar Chaverri, continuador de la tradición-. Cada dibujo es
diferente porque no usamos molde, cada carreta es única. Acá vienen los boyeros
de todo el país a que les pintemos sus carretas para los desfiles."
Don Fernando nos guía por el taller y el almacén, donde la propia
demanda turística que comenzó hace veinte años, les llevó a fabricar esas
impecables vajillas de madera y otras artesanías. "Empezó a volar
gubia", como dicen los talladores y surgieron yuntas de bueyes para San
Isidro Labrador, pulseras para muchachas y mil chunchis más. (Chunchi, palabra
mágica que se aplica a cualquier cosa.) Además, fueron adoptando y adaptando
los típicos dibujos salvadoreños, llenos de colores planos.
Hola, Radio Sandino
Con nuestros respectivos souvenirs a bordo, damos la vuelta por El
Naranjo y retomamos la autopista que avanza por la montaña en una paisaje
semejante al manabita. Pasan campesinos con sus clásicos chonetes, esos
sombreros pequeños, como de golfista, hundidos hasta las cejas. Como los ticos
tienen mejores ingresos, dicen por la radio que van a traer 30.000 campesinos
nicas para la recolección del café que ya se inicia. "Mirá --dice Ludwig--
en Nicaragua hay un 60% de desocupación. Acá, en cambio, la AID dio 1.200
millones de dólares de ayuda en diez años, sobretodo para financiar la
privatización de las empresas. Para Costa Rica no fue una década perdida."
Ni para nosotros el día, porque con los celajes marinos del atardecer
entramos a Puntarenas envueltos en el vaho del manglar, por un camino elevado
entre los esteros y el océano. Recuerdo una noche similar del 79 cuando
llegamos al hospital de acá con una amiga en busca de un sandinista herido. Yo
andaba reporteando la caída del somocismo, pero como el chaval no asomó terminamos bailando en un salón
de la playa con los fines consiguientes. Ahora echamos ancla en un saloncito esquinero,
bajo los fragantes almendros, a comer pargo frito con cerveza Imperial,
mientras canta en el parlante Danielito Santos y yo recién me voy enterando que
ha muerto hace tres días. Acto seguido, en el programa del recuerdo, no me
sorprende escuchar la voz de un amigo y admirado del finado, con ustedes,
queridos radioescuchas, el ecuatoriano Julio Jaramillo, quién más iba a ser,
rondando siempre tu esquina.
Para no quedarse atrás, Ludwig me habla de Memo Neira, "el cantante
de las putas", que suena aún en los night clubs de San José a donde iremos
al volver. A este Memo le dio a conocer un locutor ecuatoriano pa' variar:
Santiago Ferrando. A nuestro lado una gringuita pecosa escribe una postal hasta
que inicia su avance el beach-boy de turno. Despachado el pargo, nos pisamos al
Costa Azul, a probar ese granizado con helado llamado Churchill, porque, dice
Ludwig, venir a Puntarenas y no comer un Churchill es no haber venido.
Como la noche pinta aburridona entre semana, decidimos avanzar hacia
Liberia, 137 km. al norte, ya cerca de la frontera nica. Digo que me gustaría
ir hasta Managua, a donde no he vuelto desde el triunfo de los sandinistas,
pero desgraciadamente no podemos sacar el carro del país. Radio Sandino
transmite un partido de béisbol, el deporte nacional de Nicaragua, y da
noticias sobre la inminencia de una huelga general. Ludwig, que anduvo recién
por allá, comenta que la situación es grave; ahora tratan de aplicar el mismo
plan de privatizaciones y Fondos de Inversión Social. Todo es tan extraño:
antes tuvieron la revolución y 30.000 muertos para intentar hacer realidad el
mismo programa que desarrolló Liberación Nacional en Costa Rica. "Los
ticos somos los argentinos de Centroamérica -se burla mi amigo--, nos odian,
tenemos complejo de superioridad." Desde lo alto, la luna alumbra la vasta
planicie de Guanacaste.
Liberia está dormida cuando llegamos. Solo vive La Machaca, una cantina
esquinera donde los chispos del pueblo beben guaro al son de rancheras
mexicanas. Mejor nos vamos al sobre para madrugar al parque nacional de Santa
Rosa.
Una fauna variopinta
Los ticos son tan pacíficos que sus principales batallas las han librado
alrededor de una misma casa, ésta de la hacienda de Santa Rosa que ahora
recorremos. Aquí derrotaron, en 1856, al filibustero norteamericano William
Walker que pretendía invadirlos desde Nicaragua. Luego, en 1919, un grupo
rebelde se enfrentó contra el gobierno dictatorial del general Tinoco. Por
último, el 55 hubo un alzamiento contra don Pepe Figueres. Y en el supuesto no
consentido de que alguna vez deban arreglar algo más a tiros, seguramente
vendrán para acá, digo yo, por eso la conservan intacta junto a un guanacaste
centenario, el árbol nacional que da nombre a la provincia.
Además, aquí se preserva el bosque tropical seco, albergue de iguanas y
mariposas nocturnas, monos y venados, dantas y saínos, pumas y jaguares. Y en la playa desovan las tortugas.
Pero ahora que pega el sol es casi imposible ver a los animales silvestres, de
modo que nos vamos en busca de los criadores de caballos criollos. En la pampa
luce la llamarada inmóvil de las poncianas y los hatos de ganado cebú y jersey.
Un jinete ejercita a su cabalgadura, tan criolla como él.
"Ese es un criollo de paso costarricense -nos explica don Juan
Muñoz, mientras el jinete hace una demostración-, tienen ascendencia del
caballo peruano. Mucho temperamento, mucha acción." ¿Y los andaluces? "Esos los crían por San
José."
Pasamos a la finca ganadera La Pampa. Un matapalo preside la entrada,
pero nos llevamos horrendo susto porque los dobermans andan sueltos. ¿Cómo está
la vida?, le pregunto a la señora que lava la perrera. "No sé, yo la hallo
linda", responde riendo. Claro, si es una mulata delgada con unos ojazos
que les falta finca. "Mientras uno esté con salud, ¿no?". El marido
mayordomo nos lleva al potrero donde pastan los jersey y nos cuenta que toda la
leche la venden a la cooperativa Dos Pinos. Que volvamos en febrero, a la
fiesta del toro, se quedan diciendo.
Una hora después alcanzamos la exclusiva playa Flamingo, con un
hotel-club lleno de turistas rubios. Aquí, y en la cercana playa Tamarindo, se
celebran torneos internacionales de pesca del merlín y del pez vela, aunque los
huéspedes de hoy día prefieren flotar lerdamente en la piscina, o arrimarse al
bar sin salir del agua. Vista desde las mansiones de la colina, la arena
refulge en una concha perfecta.
Luego de quitarnos el polvo del camino nadando en el turquesa del agua
nos vamos a almorzar en la playa Brasilito, donde llegan a puerto los
pescadores. Que a unas 15 millas mar adentro se coge pargo, dorado o tiburón,
cuentan, pero que ahora está mala la pesca. Con el turismo la propiedad trepó
una barbaridad: todo lo que es cordillera de mar, solo el que tiene dólares
puede comprarlo.
La plena es que dan ganas de quedarse toqueando biela frente al mar,
pero hay que aprovechar el carrito alquilado, así que en la calurosa y luminosa
tarde avanzamos por la península de Nicoya. Un pájaro azul de plumaje
inverosímil parte de una rama con destino a Santa Cruz, igual que nosotros. En
este país que no exhibe demasiada arquitectura tradicional, Santa Cruz es un
ardiente refugio de casitas de madera pintadas de colores alegres y un antiguo
campanario. Esta es la comarca del folklore, sobretodo en el cercano Guaitil,
donde, alertados por el turismo, han revivido la cerámica pre-colombina de los
chorotegas; en particular, aquellas vasijas que sirven de adorno en los hoteles
de la capital y en el extranjero. Además, fue justamente en esta costa donde
filmaron el Colón protagonizado
por Gerard Depardieu.
¡Nos jodimos!
Escribo estas líneas en el centro médico de Tilarán, con la pierna
derecha hipergolpeada. Adentro le cosen la rodilla a Ludwig. Pasó que nos
volcamos en una honda cuneta que desembocaba en una alcantarilla. Reconstruyo
los hechos: ayer tarde cruzábamos en el ferry la bocana del Tempisque. Garuaba
y en el cielo se formó, ordenado por alguna deidad chorotega, el arcoiris doble
más grande y hermosos que he visto en mi vida. Nuestra idea era acampar en la
laguna de Arenal, pero la noche nos fue agarrando por Cañas y al subir a
Tilarán, llovía a cántaros y soplaba un viento de los mil demonios. Además, en
la fonda nos advirtieron que por el volcán había un tramo malo de camino.
Prudentemente decidimos pernoctar aquí, pero lo que estaba escrito estaba escrito...
En la madrugada, entre el vendaval y las campanadas de la iglesia,
Ludwig soñó con una escena de La Profecía , que viera en betamax. Amaneció tan
nublado que sugerí cambiar de rumbo hacia la costa, porque así no veríamos
nada. Finalmente optamos por ir hasta la orilla del lago, a 4 km., echar una
ojeada y volver a desayunar. Serían las 6:15 a.m. cuando salimos del hotel y
tomamos por un camino asfaltado, lleno de curvas y ondulaciones, que corría
entre potreros cubiertos de bruma, la misma bruma que cegaba al lago.
Retornábamos tranquilos, porque además llovía, pero en La Vuelta de la
India, el momento en que Ludwig frenaba, el Daihatsu patinó y yo pensé: ¡nos
jodimos!. Lo siguiente que recuerdo es yo viéndome vivo y Ludwig tratando de
salir por la ventanilla de mi lado. Estamos volteados y la cabina del Daihatsu
parece mucho más grande. Tengo el ánimo de apagar el suiche y subir detrás. Ya
arriba, siento que estoy descalzo y patojo y me veo sangre en el brazo. Es un
corte superficial en el codo. Ludwig no sabe qué pasó, está pálido y patético
bajo la lluvia, se queja de un golpe en la costilla. El aguantó el peso de
ambos contra la puerta. Paran autos, furgonetas y finalmente un tractor que nos
trae remolcando el carro apabullado hasta el puesto de guardia. Cuando quiero
tomar fotos descubro que mis dos cámaras se han trizado con el doble impacto.
Ahora sale Ludwig remendado y nos vamos literalmente cojeando de la
misma pata a esperar la guincha que ofreció mandarnos el rentacar. Menos mal
que el carro está asegurado pero igual me clavarán algunos dólares, que sumados
con las cámaras… Mejor no pienso en eso y me congratulo con Ludwig de haberla
sacado barata en términos del físico. Al final de cuentas, lo demás son
fierros. De vuelta a la fonda de anoche, donde nos reciben con exclamaciones de
asombro, pienso en lo precaria que es la vida, un desliz de un segundo y puedes
irte al otro lado, o, al contrario, terminar comiendo este delicioso gallo
pinto con fresco de guánabana.
Con el anterior relato, debía redactar mis comentarios a esa
crónica. El resultado fue el siguiente:
ESQUEMA DE CRÓNICA Y ANALISIS: Por: Wilson Ayala
¡Pura Vida! (y casi muerte) en Costa
Rica
Autor: Pablo Cuvi.
La crónica es un género mayor
del periodismo. Da cuenta de hechos, con gracia y conviviendo con el autor y el
lector. Usa lenguaje coloquial, y es rica en descripciones de todo lo que el
autor toma nota y transcribe.
Cuvi, en su crónica: “¡Pura vida! (y casi muerte) en Costa Rica”,
describe con una fanesca de componentes, mezclando la narración realista y
objetiva, con una variopinta de enfoques: datos turísticos, políticos,
gastronómicos, topográficos, poéticos, musicales, de folklore puro, etc.
Su gran habilidad como cronista
es introducirnos en ese torbellino de apreciaciones y datos de una forma tan
entretenida y amena que nos engancha, con el sutil anzuelo del lenguaje
nuestro. El relato lo subdivide hábilmente con subtítulos que nos describen lo
medular de las partes.
En la
primera parte: “Pura vida” describe su encuentro con el amigo “tico” Ludwig,
quién acaba de conseguir su licencia de conducir, y nos cuenta cómo rentan un
auto con el propósito de su viaje. Y en el mismo párrafo describe datos del
país: extensión, habitantes, política, y folclóricos. (Nos ubica…)
En la
narración, introduce a su amigo, -como personaje con el que dialoga-,
relatándonos características políticas de los costarricenses, mezclando con
descripciones del camino: paisaje, ventas, cultivos.
Su amigo
como personaje enriquece la crónica, recordando y aportando datos genealógicos,
referidos al emblema folclórico de la “carreta tica”. Narra las descripción
artística artesanal del pueblo Sarchí, donde se elaboran preciosos objetos y souvenirs de madera tallada.
En la
segunda parte: “Hola Radio Sandino”, Cuvi se apoya introduciendo como
eje narrativo la transmisión radiofónica, para describir hechos políticos: lo
que pasa en las cosechas y la migración laboral “Nica”.
Utiliza
como recurso narrativo, la mención de sus recuerdos “cuando andaba reporteando
la caída del somocismo”, y evoca la parranda con su añorada acompañante…
También refiere sus recuerdos de Daniel Santos a propósito de la mención
radiofónica de nuestro querido y popular JJ. Por lo anterior, su amigo Ludwig,
hace un paralelismo con Memo Neira, -“cantante de las putas”-. Paralelismo que
también es invalioso recurso narrativo.
Continúa
usando el eje narrativo –la radio-
para describir conjuntamente con un partido de béisbol que se transmite,
algo de gastronomía y de política. Hace énfasis en describir la caracterización
de los costarricenses “somos los argentinos de Centro América”.
En la tercera parte, “Fauna variopinta”, Cuvi nos
proporciona datos históricos de hechos antiguos, “el filibustero William
Walker”, y otros datos, mezclados con referencias de flora “el guanacaste”, y
fauna, caballos con sus hábiles jinetes.
No faltan
datos del paisaje y entorno, playas, mansiones, hoteles lujosos, precio de
inmuebles, salpicados con
metáforas “Mulata con ojos a los que les falta finca…” en fin datos de
todo, como la referencia a la película de Gerard Depardieu
En la
última parte de la crónica, Pablo Cuvi nos cuenta que escribe desde el Centro
médico da Tilapán, y la subtitula: “Nos jodimos”, para narrarnos su casi
muerte. Debida a la bruma, condiciones del camino, cansancio e impericia de
Ludwig. Nos describe el aparatoso accidente, las heridas que sufrieron, su
cercano roce con el mas allá, para concluir con una seria reflexión sobre lo
sucedido junto con un memorable y prosaico final. “comiendo un gallo y
degustando un fresco de guanábana.
Como
conclusión debo referirme a la riqueza de recursos y su pródiga
muestra que se despliegan en esta y en todas las crónicas de Cuvi,
dándonos un sabroso ejemplo del oficio de escribir, que aunque siendo un
vicio apasionadamente solitario, une a una enorme cantidad de lector es que
junto con el autor y gracias a el
disfrutamos…
Quito,
Agosto 28, 2011
CRONICA.
COTACACHI: PAISAJE, CUERO Y SABOR
(Por: Wilson Ayala)
Desde los barrios altos del norte
Quito, en los días despejados, se alcanza a mirar la presencia imponente del volcán Cotacachi. Situado al
igual que el Pichincha, en el lado occidental de la Cordillera de los Andes. Es una montaña majestuosa, que
sobrepasa los 5000 metros de altura, normalmente no tiene nieve en la cumbre,
pero hay veces en que se recubre de ese manto blanco como novia hermosa al
frente de otro monte impresionante: el Taita Imbabura.
No he viajado en los últimos tres
años al norte, pero siempre ha sido un agradable paseo. Planifico la víspera,
al día siguiente es un viernes feriado, acompañado de mi esposa y mi hija, a
media mañana emprendemos el viaje. Recuerdo que a no mas de una hora y media
desde Quito, y unido por una muy buena carretera que muestra generosos y
variados paisajes está el volcán. Para llegar a su cercanía, debemos tomar la
carretera Panamericana partiendo desde Quito.
Muy pronto, a la salida le la
capital, descendemos mas de mil
metros por el cañón del Río Guayllabamba y el paisaje se va transformando, mostrándonos una
vegetación propia de valles de clima templado y seco. En el descenso
contemplamos al Cayambe, imponente, se destaca nítido con su gran cumbre blanca.
Miramos los trabajos de ensanchamiento
que se realizan –a propósito de ampliar la carretera, para tenerla lista a mitad del 2012,
cuando se inaugure el nuevo aeropuerto-. Se trabaja desde la salida de la recta
de Calderón que tiene 6 carriles,
y súbitamente al final se reducen a dos.
No estaba en el programa ir lentamente, pero avanzamos. Cruzamos el
puente y observamos el nuevo puente en construcción. Todos comentamos, que ya
era hora de tener una mejor vía, pero que parece que los trabajos van lentos y
no estarán concluidos en la fecha anunciada.
Ascendemos poco y arribamos a la población de Guayllabamba,
famosa por el plato emblema de su gastronomía, el “Locro” (de distintas
variedades: con cuero de cerdo, con sangre de borrego, con aguacate, acompañado
de maíz tostado, etc.-). Nos detenemos unos momentos para comprar limas en un
puesto de frutas de la carretera, en el que tanbien se ofrecen aguacates, pepinos y unas chirimoyas
que lucen apetitosas. Saboreando las limas y
comentando sobre lo difícil y demorado que será llegar al nuevo
aeropuerto seguimos camino.
La carretera continúa pasamos el
desvío a la población de El Quinche, -célebre por su enorme iglesia-,
avanzamos y empezamos a mirar
invernaderos con plantaciones de flores, nos estamos acercando a la latitud 0
–cero grados-, “La Mitad del Mundo”, en este lugar existe un pequeño monumento
del mundo que nos indica que
estamos cruzando la Línea Equinoccial, y que ingresamos al Hemisferio Norte.
Vale la pena detenerse unos momentos para conservar un recuerdo fotográfico de
este lugar.
A pocos kilómetros del monumento, está la población de
Cayambe. Parada obligatoria cuando se va en plan de paseo, para comprar los
“biscochos del cura”. La fábrica es un negocio del sacerdote que impulsó la técnica
de su manufactura, como labor de mejoramiento para los negocios del pueblo,
pero le fue tan bien que lo ha
mantenido para su provecho. Está cruzando el pueblo desde la placita de toros
que existe al final de la avenida de ingreso, pasando el parque principal y
frente al cementerio. Son sabrosos, si se los acompaña de queso de hoja.
Cayambe ha progresado muchísimo,
se nota un gran movimiento comercial, bancos, almacenes, vehículos, anuncios de
negocios por doquier, gracias al buen negocio de las plantaciones florícolas, y
la ganadería que se ha diversificado con
sus productos: quesos, yogures y mantequillas. Allí descansamos mientras
consumimos y comentamos lo sabrosos que están. Mi hija acota: “a buena hambre
no hay mal pan”, además ya va siendo medio día y sentimos hambre.
Salimos de Cayambe e iniciamos la
cuesta para llegar a Cajas, sitio alto de la cordillera, donde termina la
Provincia de Pichincha, y se inicia la Provincia de Imbabura. Al llegar, desde
su parte mas alta en la carretera
podemos observar los enormes montes el Cotacachi, y el Imbabura,
imponentes, dominando el paisaje. A sus pies se despliegan pequeños pueblos, y
el Lago San Pablo. Mirar desde allí en una experiencia única: la variedad de
colores verdes, el día soleado casi
sin nubes, los cultivos, nos
impresionan.
Cuando nos aproximamos al Lago, es
curioso ver cómo las viviendas de los lugareños se han transformado. De las
pequeñas casitas con cubiertas de teja, a construcciones de dos y tres pisos,
grandes, de ladrillo y cemento, grandes ventanas muchas de ellas aun sin sus
vidrios, compiten en un afán de demostración, de los dólares producto de la
migración de sus gentes.
A muy corta distancia desde el
Lago, llegamos a la ciudad de Otavalo. Centro de atracción turística por su
comercio de artesanía textil indígena, hay gran actividad comercial. Los
habitantes, descendientes de aborígenes, muy orgullosos de su pasado y su raza,
lucen típica indumentaria que los distingue claramente, mantienen su idioma ancestral, el quichua.
Hay muchos almacenes de souvenirs,
de ropa, de música, y restaurantes que anuncian “chicha de yamor”, -bebida
fermentada a base de diferentes tipos de maíz-. No nos detenemos aquí, ya que
nuestro propósito es llegar a la ciudad de Cotacachi.
Apenas salimos de Otavalo, quedo
sorprendido, la carretera ha cambiado. Ahora es una magnífica obra de seis
carriles, con parterre central, dotada de iluminación. A sus costados los
sembríos de maíz, siguen igual, lo mismo que las ventas tradicionales de
comida: la fritada, con los choclos asados al carbón, los plátanos fritos, las
papitas cocinadas, provocan. Opinamos que posiblemente desaparezcan, ya que no disponen de sitios de
parqueo, y la velocidad del tráfico, mas
la imposibilidad de detenerse en una autopista, los irá dejando sin
parroquianos.
El camino de desvío, desde la
autopista hacia Cotacachi, siempre fue un cruce peligroso, por la cantidad de
vehículos, la falta de señales, y
el mal diseño. Ahora es un moderno paso a desnivel, con indicaciones claras,
por el cual se transita sin detenerse, es muy seguro. Que contraste con el
pasado. Avanzamos y a pocos
kilómetros llegamos a nuestro
destino.
Desde la entrada a la ciudad,
notamos su limpieza. Casas pequeñas, casi todas pintadas de blanco, los techos
de teja, y sus pequeñas ventanas no han cambiado. La calle de ingreso tiene una
gran cantidad de almacenes. A sus dos lados, se ofrecen y muestran una gran
cantidad de productos artesanales elaborados con cuero: zapatos y botas,
correas y cinturones, carteras y billeteras, llaveros, chompas, en una enorme
oferta de colores, tamaños y precios. Una delicia para quién guste de la moda.
El interés de mi hija había sido
comprar unas botas. Miramos en algunos almacenes. Habían gran cantidad de
modelos, de calidades, de colores, de precios. Una compleja decisión ante tan
grande variedad de oferta.
Demoraba la compra, eran casi las dos de la tarde y ya sentíamos hambre.
Tratábamos de apurarla en la decisión, pero no llegaba a escoger. Yo propuse ir
a tomar el almuerzo, y luego comprar, pero de pronto tomó la decisión por unas
lindas botas negras de caña muy alta, de cuero muy suave, y de un modelo a su gusto. Yo ya había
comprado dos correas. Y mi esposa
una cartera.
Son nombradas aquí, las “carnes
coloradas”, así que buscamos un restaurante para probarlas. A corta distancia
de la calle comercial, encontramos el sitio adecuado. Una casa con un anuncio
afuera: “ Salón Cotacachi. La mejor chicha de jora, la mejor carne colorada,
los mejores precios”, lucía atrayente.
Transformado su patio en lugar para comer, se ofrecía el tradicional plato y la chicha. Tras entrar, un
zaguán llega a un patio central de adoquín de piedra, alrededor
los corredores con sus pasamanos de madera, geranios florecidos, paredes blancas y pequeñas mesas.
Un trío de guitarristas se afanan cantando un viejo bolero de “Los Panchos”.
¡Que agradable ambiente y que hambre! Eran ya casi las tres de la tarde.
No podía ser de otra manera. Al
servicial mesero le pedimos: el plato típico, y su consabido acompañante,
“carne colorada y chicha de jora”.
La carne de cerdo finamente fileteada, es aderezada con jugo de naranja
agria, y condimentada con especies y
achote, puesta a secar al sol y luego frita. Lo colorado, que le da su
característica presencia es por el achote. El plato viene acompañado de mote,
-maíz blanco cocido-, de maíz tostado, de pequeñas papitas cocinadas, de
plátanos maduros fritos. Rebién preparados. Deliciosos. La “jora”, es preparada a partir
de granos de maíz. A los granos,
los humedecen y cuando empiezan a
germinar los muelen y con ello elaboran esta bebida fermentada. Muy sabrosa.
Pero, si está con mucho fermento, la chicha de jora causa embriaguez. Es muy sabrosa.
Para terminar el almuerzo, nos
ofrecen como postre: “helados de paila”. No sabía que se elaboraban por aquí.
Este tipo de helado es tradicional de Ibarra, ciudad que no muy distante está
mas al norte. De todas maneras, los pedimos: de mora y guanábana. Tienen buen
sabor, nos gustan. Los helados, son elaborados en pailas de bronce en las que
se pone el jugo puro de las frutas. Las pailas son asentadas, -puestas sobre-
una base de paja con hielo y sal, y manualmente se las hace girar, el jugo al
contacto con el metal frío, va transformándose en helado. Estos saben muy bien.
Son mas de las cuatro de la tarde,
y aun nos falta visitar Cuicocha.
Tras un breve trayecto, no mas de seis kilómetros desde Cotacachi, y
ascendiendo por las faldas de monte, llegamos a la Laguna de Cuicocha. Está a
mas de tres mil metros de altura, en un cráter de la montaña. Su entorno, es de pajonales y se siente un viento frío.
La laguna se ha formado por los deshielos del monte y la lluvia, sus aguas son
muy transparentes, tiene dos pequeños islotes rocosos en el centro en los que se asegura existían cuyes
que alguna vez fueron abandonados por excursionistas y se reprodujeron
abundantemente. Posteriormente fueron cazados y exterminados. De allí el nombre
de Cuicocha. El paisaje es agreste, impresionante por la extensa soledad.
Realmente nos sentimos impactados. La tarde cae.
Siendo casi las seis de la tarde,
emprendemos el regreso. Ha sido un día diferente. Realmente hemos disfrutado de
todo. A término del viaje llegamos
cansados a casa. No sé que mas se
puede pedir, hemos disfrutado de
familia, paisaje, y sabor.
MIS COMENTARIOS:
He releído esta mi primera
crónica, no se parece a la de Cuvi, pero me deja satisfecho. Es algo difícil la
primera vez, me ha tomado una buena jornada.
El escribir, empieza a gustarme,
es una tarea solitaria, pero agradable. No he podido incluir tantos elementos,
especialmente políticos, como lo hace Cuvi, pero si voy practicando, creo poder
hacerlo. Trataré mas adelante.
La crónica, como periodismo
interpretativo, es un reto difícil
en su comienzo. He tratado de recordar para plasmar en un escrito hechos,
vivencias, y emociones. El consejo del instructor de tomar notas y grabar, creo
facilitan enormemente la tarea.
Vale recordarlo.
Al pensar en una estructura para
esta crónica, me la imaginé con subtítulos, pero finalmente desistí de
mantenerlos, porque me dí cuenta que ésta tiene una unidad diferente a la de
Cuvi, al eliminarlos me quedó una sensación satisfactoria.
Quito, 25 de agosto 2011
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